Europa es hoy el continente más envejecido del mundo, lo cual responde a una sociedad avanzada, en la que se ha alcanzado el último estadio de la transición demográfica poniéndose fin a los efectos negativos del régimen demográfico antiguo (alta mortalidad extraordinaria debido a episodios como guerras, hambrunas o epidemias, alta mortalidad infantil y baja esperanza de vida al nacer) y reduciéndose de forma drástica la natalidad al cambiar las estructuras familiares, incorporarse la mujer al mundo laboral, implantarse planes educativos obligatorios y hasta la adolescencia y prohibirse el trabajo infantil...etc. ("el mejor anticonceptivo es el desarrollo económico", sostienen los demógrafos que han estudiado la evolución de la población mundial desde finales de la II Guerra Mundial). Esto ha hecho que se alcance un alto nivel de vida, comparado con el de países de otros continentes, y aumente la esperanza de vida de la población.
Sin embargo, no todos los efectos de este cambio demográfico son siempre positivos, y sobre todo aunque desaparecen problemas endémicos de las sociedades tradicionales (como la alta mortalidad infantil o las epidemias y pandemias) aparecen otros nuevos cuyos efectos sociales y demográficos los Estados deben paliar, así, en los países europeos estamos asistiendo a un progresivo e imparable envejecimiento de la población, pues se reducen los nacimientos de niños y se aumenta la esperanza de vida, esto lleva consigo que las políticas sociales no se centren tanto en los niños y jóvenes (en la educación sobre todo) y si que lo hagan en la tercera edad (más residencias de ancianos, políticas para una vejez activa, inversiones en sanidad y ocio para nuestros mayores, reajuste en las edades de jubilación), además puede aparecer el problema de que el relevo generacional no se vea garantizado, la pirámide de población en estos casos pasa de ser una pirámide de base ancha y cúspide estrecha a irse transformando progresivamente en una urna (predomina la población adulta sobre los jóvenes y ancianos) y de ahí tiende hacia la pirámide invertida (poca población joven y predominio de la tercera edad).
Las medidas adoptadas por los distintos Estados para paliar los efectos de este envejecimiento han sido el fomento, desde un punto de vista libre y responsable, de la natalidad en las familias, disminuyendo por ejemplo el número de hijos que una familia ha de tener para acogerse a las ventajas de ser considerada "familia numerosa", y sobre todo aumentando las ayudas por hijo a las familias, así como las medidas tendentes a conciliar la vida familiar y laboral.
El hecho de que sean los países ricos e industrializados los que tienden al envejecimiento hace que se ponga en peligro la sostenibilidad social: el grupo dependiente (población inactiva) aumenta en peso proporcional mientras se reduce la población activa, a lo que se suma el esfuerzo inversor del Estado para atender a los servicios de ese colectivo. En esta linea, el hecho de que se trate de países con amplia oferta laboral y población joven y en edad de trabajar en descenso atrae a jóvenes de áreas del planeta más desfavorecidas, es interesante el análisis de los flujos de procedencia y destino de los emigrantes extraeuropeos que vienen a nuestro continente en busca de condiciones dignas de trabajo y en definitiva de una vida mejor, pero dejaremos este tema para posteriores estudios y nos centraremos en los efectos que esta llegada de población emigrante tienen en la estructura demográfica europea, en un principio muchos vieron en ella la solución al envejecimiento de las sociedades europeas, sin embargo, otros demógrafos y autores ponen en duda esta afirmación pues las familias emigrantes una vez instaladas en una sociedad occidental tienden a medio o largo plazo a adaptarse a sus pautas demográficas y por tanto no mantienen la alta natalidad que mantendrían en el caso de haber permanecido en sus sociedades de origen. Por otra parte, la emigración puede acarrear nuevos problemas sociales como son el esfuerzo que han de hacer tanto los gobiernos como los recién llegados para adaptarse e integrarse a una sociedad nueva para ellos, integración que en muchos casos suele darse en la segunda generación de emigrantes (los ya nacidos en Europa o que vinieron siendo aún niños o muy jóvenes) y también los problemas de acogida por parte de los nativos, que en ocasiones no ven las ventajas del enriquecimiento que supone para una sociedad la llegada de nuevos contingentes de población, enriquecimiento en todos los aspectos (cultural, económico, demográfico) dándose tristes episodios a veces de competitividad, racismo o xenofobia.
Centrándonos ya en la situación actual, si observamos el mapa de la Esperanza de Vida en los Estados de la Unión Europea en 2012 veremos como estos se reparten en 3 grandes grupos, que la media de esperanza de vida en la Unión Europea es de 79,2 años, y que nuestro país, España, cuenta con la mayor esperanza de vida al nacer: 82,5 años, según el informe de la OCDE sobre sanidad en Europa, superando por primera vez a Italia y Francia, hasta el momento los países "más longevos" de la Unión.
La Unión Europea, en conjunto, constituye una de las áreas con mayores valores a nivel mundial en cuanto a esperanza de vida se refiere. Los Estados con mayor esperanza de vida son los que históricamente se han relacionado con la Europa Occidental, la región más rica e industrializada del continente: Reino Unido, Holanda, Luxemburgo, Alemania, Suecia y Austria, a los que se ha sumado en las últimas décadas países mediterráneos como España, Italia, Malta y Chipre; todos ellos superan los 81 años de edad. Por el contrario, en el otro extremo nos encontramos a todos los países del este de Europa que se integraron en la Unión Europea a partir de 2004 y que pertenecieron a la Europa comunista, e incluso a la Unión Soviética, como es el caso de las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), junto a Polonia, República Checa y Eslovaquia, Rumanía, Hungría, Croacia y Bulgaria, ninguno de ellos supera los 79 años de esperanza de vida, excepto Eslovenia, país del este de Europa pero que se encontraría en un grupo intermedio: los países con una esperanza de vida situada entre los 79 y 81 años de vida, al igual que Irlanda, Portugal, Bélgica, Dinamarca, Finlandia y Grecia.
España cuenta con los ciudadanos más longevos de la Unión Europea, en el continente solo dos Estados le superan, y no pertenecen a la Unión Europea: Islandia (con 83 años) y Suiza (82,8 años). En cambio es el país con la segunda tasa de fertilidad más baja de todo el continente, con una media de solo 1,32 hijos por mujer en edad fértil, solo por detrás de Polonia (con 1,30 hijos por mujer en edad fértil) y según cifras del informe "Panorama de la Salud" presentado este mes por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Dentro de cada país estos datos se desglosan por sexos siendo una tónica general que en el caso de la población femenina sean ligeramente superiores a las de la población masculina, y que el desarrollo y las políticas sociales sean inversamente proporcionales a la diferencia entre ambos. Así, en el caso de España, su longevidad femenina es la más elevada y hace que el país en conjunto se sitúe a la vanguardia de la Unión en este aspecto: las españolas cuentan con una esperanza de vida al nacer situada en los 85,5 años, superior, aunque muy poco, al de las francesas (85,4 años), las italianas (84,8) las ciudadanas de Luxemburgo (83,8) y las naturales de Finlandia (83,7), las más longevas de la Unión Europea. En el caso de los varones, los españoles cuentan con una esperanza de vida situada en 79,5 años, ligeramente inferior a la de suecos (79,9 años) e italianos (79,8), por tanto los terceros más longevos de la Unión.
El hecho de que países mediterráneos, como España, Malta o Italia, se equiparen en cuanto a esperanza de vida a los países tradicionalmente más ricos y que más años llevan invirtiendo en políticas sociales para aumentar la calidad de vida de su población y atajar la mortalidad a todas las edades, se encuentra relacionada, en opinión de varios investigadores, con la dieta de estos países. Investigadores del Hospital Brigham y del Hospital Femenino de Boston (Estados Unidos) han demostrado lo que tradicionalmente se ha tenido como una verdad: la dieta mediterránea es beneficiosa para la salud, pues se asocia con telómeros más largos. Los telómeros son secuencias repetitivas de ADN en los extremos de los cromosomas que se acortan cada vez que una célula se divide. Así, los telómeros constituyen un importante biomarcador del envejecimiento: los telómeros más cortos se asocian con una disminución de la esperanza de vida y un mayor envejecimiento, mientras que aquellos que son más pronunciados se vinculan con la longevidad. El estrés acelera el acortamiento de los telómeros y la adherencia a la dieta mediterránea puede ayudar a amortiguar este recorte.
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