Los contrastes
económicos dentro de la
Unión Europea y los problemas derivados de la crisis
económica han sacado a relucir más que nunca las diferencias entre una Europa
rica, industrial, y que ha sabido superar de forma más o menos rápida la crisis
sin apenas efectos perniciosos, capitaneada por la fortaleza de la economía
alemana, y una Europa que está encontrando mayores dificultades para superar su
situación económica, una Europa menos industrial y estable desde el punto de
vista económico, cuyo ejemplo más paradigmático ha sido el caso griego.
La idea de que existen dos Europas, por tanto, se encuentra hoy
más presente que nunca. Pero hay que tener en cuenta que ninguna nación del
mundo, ni si quiera las principales potencias mundiales ni los grandes bloques
económicos, se encuentran libres de estos desequilibrios. En Estados Unidos las
principales regiones industriales, y con mayor peso demográfico y económico, se
concentran en sus dos costas, la atlántica y la pacífica, existiendo algunos
otros polos dispersos, sobre todo en el sur (como las ciudades de Texas) y en
la zona industrial de los Grandes Lagos. En España existen igualmente
diferencias económicas entre las distintas comunidades autónomas, siendo las
más industriales y dinámicas las del arco mediterráneo, junto a la industria
vasca y el polo central que representa Madrid. En Italia ocurre algo similar
entre sus regiones, siendo la disparidad – no solo económica sino también con
un matiz social, cultural e incluso político fuertemente marcado – entre un
norte urbano, industrial y rico, y un sur rural, agrario y con rentas más
bajas.
Estos desequilibrios se dan prácticamente en todos los Estados miembros
de la Unión Europea ,
en algunos casos, el hecho de que las políticas comunitarias para paliar estas
diferencias se hayan dado a nivel regional y no estatal ha hecho que las
diferencias no solo sean en cuanto a factores socio-económicos sino también sentimentales
con respecto a la conciencia europea, sobre todo en aquellos Estados con
regiones o formados por países o nacionalidades de base cultural distinta y con
un sentimiento europeista no muy marcado, es el caso sobre todo del Reino Unido
– tan de rabiosa actualidad por la actual crisis que ha supuesto para la Unión el Brexit – donde las
regiones no inglesas, de cultura gaélica o celta y tradicionalmente más
deprimidas económicamente, han mejorado mucho gracias a las políticas de ayuda
europeas (al igual que la
República de Irlanda) lo que ha hecho crecer allí el
sentimiento y el orgullo de pertenencia a la Unión Europea que choca y a la
vez se retroalimenta frente al sentimiento inglés, más euroescéptico, y el
centralismo londinense.
Pero volviendo a la dualidad que se da en el conjunto de Europa,
ésta no es solo geográfica y económica, la situación de crisis reciente también
ha conllevado una dualidad en cuanto a responsabilidades, y algo similar
también estamos viendo en cuanto a las medidas a adoptar para salir de ella, en
cuanto a soluciones, lo que emana más directamente de las instituciones
comunitarias y los distintos gobiernos nacionales de los Estados miembros.
Todos y cada uno de estos sujetos implicados deberían hacer
autocrítica y asumir su correspondiente parte de responsabilidad. La crisis
griega cuenta con causas tanto internas como externas. Las primeras derivan de
una mala gestión de los recursos y fondos financieros con los que contaba el
país, como parece ser que ocurrió en Grecia, los distintos gobiernos helenos
que se han sucedido en las últimas décadas han pecado de falta de transparencia
con respecto al uso de dichos fondos, así como de no saber frenar en muchos
casos la incompetencia en gestión política y económica o la corrupción.
Mientras que las causas externas de la crisis, en el caso griego, y en parte
también en el español, apuntan a una falta de concienciación y sensibilidad por
parte de los restantes países de la eurozona, y sobre todo por parte de la
troika y el FMI, hacia la situación que está atravesando Grecia, y la
desventaja de la que partía su economía.
Siguiendo esta tendencia dual, las soluciones a adoptar para que
Grecia salga de la crisis no son idénticas de emanar, por una parte, de las
conclusiones del eurogrupo o de las llamadas cumbres del euro, donde siempre
primaran los intereses nacionales de cada una de las partes, a hacerlo, por
otra parte, de la propia Comisión Europea, más predispuesta en sus
negociaciones al interés común, lo que a su vez contribuye a alejar a la
opinión pública del sentimiento antieuropeista que suele surgir en coyunturas
como la actual. Prueba de ello es el anuncio del 16 de Julio pasado en el que la Comisión Europea
se comprometía a lanzar un plan para ayudar a Grecia a maximizar el uso de los
fondos comunitarios con los que cuenta.
Lo “positivo” de la crisis – sin querer con esto desdramatizar sus
nocivos efectos sociales – es que nos conduce hacia una reestructuración, una
reformulación, de las relaciones entre los Estados miembros, y entre estos y
las instituciones comunitarias, a un debate constructivo que pondrá a prueba el
marco democrático en el que se basa la
Unión , y esperemos que a partir de ahora se tienda a primar
la solidaridad frente a la competencia.
Todo proyecto es siempre mejorable, y la Unión Europea , pese
a los fallos que haya podido tener o los problemas que ha debido afrontar, ha
demostrado hasta el momento que reporta más beneficios que desventajas a los
Estados que la componen, y a sus ciudadanos y ciudadanas. Lo que ahora está en
juego son las prioridades, el hecho de poner por delante de la deuda y la
rectitud fiscal la preocupación por las personas, el bienestar de las
sociedades europeas.
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