El clásico pero a la vez actual proyecto de caminar hacia unos
Estados Unidos de Europa, una gran nación federal formada por multitud de
ellas, implicaría la existencia de contar con un ejército propio, un euroejército,
idea que se presenta como vieja en un mundo como el actual en el que lo qué
priman son los proyectos sociales y económicos, cuya meta final y deseo de
todos debería ser la paz mundial y el diálogo como vía de resolución de
conflictos entre naciones, frente a la confrontación para lo cual se diseñan
proyectos de carácter estratégico, militar o defensivo. Sin embargo, este tema ha
saltado a la luz pública en los últimos años a raíz sobre todo de los
conflictos que afectan al viejo continente, en concreto la crisis de Ucrania, y
de ciertas declaraciones por parte del presidente de la Comisión Europea ,
Jean-Claude Juncker.
Europa cuenta con una base cultural y un sistema de valores y democrático común, tomados como punto de partida por el europeismo, principios comunes que deberían corresponderse con instituciones también comunes, como pudieran ser las fuerzas armadas. Si
A este ideal unitario han apelado a lo largo de la Historia muchos intelectuales,
no han faltado los historiadores, que en época decimonónica y a principios del
siglo XX sobre todo, denunciaron los conflictos armados entre europeos
definiéndolos como “guerra civil” cuando en definitiva cualquier guerra o lucha
entre seres humanos constituye una lucha fraticida. Pese a ello, esta anticuada
y resucitada idea del euroejército no deja de causar polémica. Para los
sectores progresistas y pacifistas carece de sentido en un mundo como el actual
en el que se ha de tender hacia la paz y la solidaridad entre todos los pueblos
y naciones de la tierra. Mientras que también encuentra oposición entre los
círculos más conservadores o nacionalistas, para los cuales pudiera significar
una amenaza a su soberanía e independencia nacional. Por tanto parece como si
este proyecto encontrase partidarios únicamente entre los sectores y grupos más
europeistas, un liberalismo o tercera vía pragmática que aboga por una única
política exterior comunitaria.
La polémica no solo surge a nivel individual o ideológico, sino
también, y como siempre que surge un conflicto externo en Europa, ha puesto de
manifiesto las discrepancias entre las distintas cancillerías europeas. Los
gobiernos de Londres y París ya han atacado el proyecto de Juncker arguyendo
que socavaría las bases de la
OTAN , cuando esta organización ni es europea, por muy
occidental que sea, ni el fin para el que surgió sigue constituyendo un peligro
hoy en día, pese a que podamos pensar que la Federación Rusa ha
asumido el papel que desempeñó la
URSS en tiempos de la Guerra Fría o que existan naciones contrarias a
los intereses de Occidente.
La sociedad evoluciona hacia cotas de mayor entendimiento en la
resolución de problemas, hoy es prácticamente impensable una guerra dentro de
Occidente, y los ejércitos de los países desarrollados han de evolucionar en
este sentido, abandonando su antiguo papel belicoso para reconvertirse en
instituciones capaces de garantizar la paz y la ayuda humanitaria en las zonas
del planeta donde se requiera. Probablemente aquí estribe el error de Juncker:
en relacionar la creación de un euroejército con la necesidad de disuadir por
la fuerza a terceros países, o evitar una guerra dentro de nuestras fronteras
comunitarias que es vista ya como algo lejano por todos nuestros gobiernos.
Quizá lo que en el fondo hay que defender, y sobre todo fortalecer, en el mundo
en el que nos ha tocado vivir, es una mayor coordinación de los distintos
Estados europeos a la hora de encarar un conflicto armado fuera de nuestras
fronteras, en definitiva una política exterior y una diplomacia común.
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